¿Es cierto que, según la teoría de la evolución de Darwin, nuestras orejas están situadas a una cierta distancia de la cara para poder sujetar las gafas?
Un pequeño universo darviniano paralelo
Encontré esta pregunta en una conocida plataforma y me pareció buena idea usarla para expandir mi respuesta aquí.
La absurdez de la pregunta —que dio pie para que mucha gente reaccionara de manera cínica y a veces hasta grosera— tal vez no lo es tanto y sí puede ser una buena excusa para meterse otra vez con la teoría de Charles Darwin de la selección natural.
Esta teoría explica la evolución biológica y ha sido el estándar (aunque no universalmente aceptado), especialmente desde que se probó la base genética de la selección natural a través de los descubrimientos que dieron con la estructura y función del ADN por James Watson, Francis Crick, Rosalind Franklin y Maurice Wilkins. En este contexto, el “ridículo” ejemplo de las orejas humanas y las gafas ayuda a crear una historia en una especie de universo paralelo para explicar la teoría darviniana de una manera ojalá novedosa y chistosa.
Un par de conceptos. Una adaptación es una característica en un ser vivo que es producto de la selección natural. Esta característica puede ser física (ser muy peludo) o de comportamiento (ser nocturno). No todas las características de un ser vivo son adaptaciones, por otro lado, pero ese es otro tema complejo e interesante en sí mismo. Ahora voy solamente a decir que ya personas como Stephen Jay Gould enfrentaron ese hecho y, en su caso, comparando estas “falsas” adaptaciones a las enjutas de las iglesias, esos triángulos curvados que se forman entre las cuatro grandes columnas bajo la cúpula que sostienen. No son una “adaptación” para que ahí estén estatuas de los cuatro evangelistas, como es común, sino un hecho fortuito que fue aprovechado por los arquitectos. En los seres vivos también hay este tipo de ejemplos, pero dejemos eso para otro texto.
Para que se produzca una adaptación en el sentido evolutivo, debe haber una presión selectiva, es decir, factores presentes en el ambiente o hábitat de un ser vivo que “escogen” estas características precisamente porque son las que le permiten sobrevivir mejor en ese medio, frente a aquellos que no las tienen y, por lo tanto, tener potencialmente más descendencia.
Otra cosa que hay que considerar es que el proceso de selección natural es totalmente mecánico. No hay ninguna mano invisible guiándolo ni una meta preestablecida de “perfección” o “clímax” a lo que se debe llegar a través de la evolución. Ciertos gráficos hacen pensar en una escalera por la cual la vida ha ido subiendo para llegar, poco sorprendentemente, a los seres humanos en la cumbre. La metáfora del árbol de la vida es mucho más apropiada. Por otro lado, se usan muchas veces formas gramaticales que parecen implicar eso (“los individuos seleccionados”, por ejemplo, parece significar que hay “alguien” que selecciona de una manera más o menos consciente quién sigue y quién no en la carrera evolutiva.
Ejemplos de escalera y árbol para representar la evolución biológica (https://evolucionbiologica-apuntes.blogspot.com/2014/09/algunos-conceptos-de-evolucion.html; https://nutcrackerman.com/2015/10/05/novedad-con-dryopithecus-y-su-importancia-en-el-arbol-evolutivo/)
Si todos los seres vivos hubieran sido exactamente iguales al inicio, jamás hubiera podido actuar la selección natural al no haber una diversidad intrínseca. Entre los individuos de una misma población hay diferencias que hacen que la selección pueda actuar. A eso es lo que Darwin se refería al hablar de la supervivencia de los más aptos.
El ejemplo clásico para explicar este fenómeno de manera rápida es el de unas polillas en Inglaterra que tienen variedades claras y obscuras en sus poblaciones. Cuando no había el humo de la revolución industrial, las mariposas blancas tenían mejores posibilidades de sobrevivir y reproducirse porque se posaban sobre los troncos claros de los abedules y no eran fácilmente divisadas por las aves insectívoras. Las oscuras sobrevivían en números muy bajos. Pero al volverse oscuros los árboles por el humo de las fábricas, cambio el medio y ahora eran las oscuras las más aptas para sobrevivir y reproducirse frente a la presión selectiva de las aves, y así sus números empezaron a subir. Nótese que el color de las alas de estas polillas es controlado genéticamente.
La polilla del abedul. En este caso, es difícil ver la variedad clara sobre las partes blancas de la corteza (Gilles San Martin, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Biston_betularia_20110529_102239_8073M.JPG.).
De esto se deriva algo interesante que a veces pasa desapercibido: la aptitud no es una cualidad universal. Una característica que brinda ventajas evolutivas en un medio, puede ser desventajosa y hasta letal en otro. A pesar de que volar suena como una adaptación universal, hay moscas y aves que no tienen esa capacidad porque simplemente en el medio en el que viven resulta mejor no tener alas grandes que soporten sus cuerpos en el aire. Para una mosca, tener alas grandes en la playa puede ser fatal porque los vientos la vapulearían sin control. El cormorán endémico de las Galápagos podía volar, pero la selección natural hizo que fuera más apto al NO volar y sus alas se achicaron y más bien se hicieron aptas para zambullirse, porque eso le permite pescar mejor en ese medio. La teoría dice que, en ese caso, la presión selectiva hizo que los individuos con alas pequeñas tuvieran más éxito buceando y pescando y, consecuentemente, aumentaron sus posibilidades de reproducirse al vivir más largo y más saludables.
¿Por qué no hemos desarrollado los humanos la capacidad de volar naturalmente si parece tan buena idea, algo tan positivo? Esa puede ser una gran prueba de que no hay una fuerza superior guiando la evolución. En el caso de la rama humana en el árbol de la vida simplemente no se han dado las condiciones para que apareciera al azar un cambio genético (una mutación) que la selección natural encontrara favorable. Eso también nos lleva a pensar que una mutación, generalmente vista como algo negativo y que se debe evitar, es precisamente el motor de la evolución al ser la base de las diferencias genéticas en los individuos de las que se sirve la selección natural.
Un cormorán de las Islas Galápagos mostrando sus pequeñas alas que no le permiten volar (putneymark, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Flightless_cormorant_(Phalacrocorax_harrisi)_-Isabela.jpg)
Regresando a lo de las gafas, en pocas palabras, mientras más aptos, más hijos. No necesariamente se refiere la aptitud a cualidades físicas extraordinarias. A veces, ser más pequeño y menos vistoso, o esconderse mejor de los depredadores, hace que la aptitud aumente y, por lo tanto, así mismo la posibilidad de dejar descendencia. insistimos en que, como en al caso de las polillas inglesas, las características que hacen más apto a un individuo deben ser genéticas, hereditarias, de modo que se vayan haciendo cada vez más extendidas entre la población.
Poco a poco, a través de miles de millones de años, principalmente la selección natural es la que guio la evolución biológica y la diversificación de la vida, y así transformó la plantita de la vida que acababa de aparecer hasta tener un árbol con millones de ramitas terminales tras miles de millones de años. Los cambios evolutivos generalmente toman mucho tiempo.
Ahora, para aplicar esta explicación muy reducida a la cuestión de las orejas y las gafas, habría que imaginar un medio en el cual poseer orejas localizadas donde normalmente las tenemos (y que nos permite usar gafas de manera fácil y cómoda), confiere una ventaja evolutiva sobre individuos que no tienen esa estructura craneal. Es difícil imaginarse donde más podrían estar las orejas más cerca de la cara (¿en las cejas, en las mejillas o como cuernos frontales?) para que la selección escoja las que están a los lados de la cabeza, pero pensemos por un momento que eso es posible. Por otro lado, como hemos dicho, esa posición apropiada para apoyar gafas debe conferir una notable ventaja evolutiva que genere aptitud y así aumente la posibilidad de tener descendencia. Por otro lado, ¡esto solo se aplicaría a las personas que, de alguna manera, necesitaran gafas en primer lugar!
Pero esta presión natural solo se materializaría después de que alguien hubiera inventado unas gafas para orejas. Estas gafas les calzarían bien solamente a las personas con orejas en el sitio donde están ahora. Esta posibilidad de uso debería haber hecho que estas personas enfrentaran mejor los problemas del mundo y así sobrevivieran mejor y tuvieran más chance de tener hijos, los que cada vez en mayor proporción tenían las orejas para gafas, como sus padres y madres (algo que, además, debería suceder en un tiempo muy reducido en la escala evolutiva).
Averiguando un poco, en la realidad ya había gafas, en el amplio sentido, al menos desde el siglo 13 y parece que antes en sitios como Egipto y China, pero se sostenían con las manos. Los llamados quevedos se sujetaban solo en la nariz. Las primeras gafas para las orejas parecen haber sido inventadas o perfeccionadas por el óptico británico James Scarlett al inicios del siglo 18.
Retrato de Francisco de Quevedo por Juan van der Hamen, siglo XVII. Instituto Valencia de Don Juan.
En cualquier caso, las gafas para orejas tienen una historia muy pequeña: en el mejor de los escenarios, un par de miles de años frente a 3 mil millones de la historia de la vida. Pero volviendo a nuestro universo paralelo, la supuesta ventaja evolutiva era que, en efecto, estos lentes para orejas les conferían a las personas que las podían usar una visión mejorada, con la que evitaban enemigos y caídas, veían mejor sin mucha luz, encontraban más fácilmente pareja, etc. Hasta podría haber sido que el portar gafas les otorgaba un atractivo extra, lo que aumentaba aún más su posibilidad de dejar descendencia. Esto es una forma especial de selección natural que se llama precisamente selección sexual.
En fin, a pesar de muchos puntos asumidos sin un buen análisis, la extraña pregunta de las orejas humanas y las gafas en nuestro pequeño universo paralelo sí permite analizar la selección natural de una manera creativa y graciosa, que tal vez es justo lo que se necesita. Definitivamente cuesta creer que las orejas están ahí porque sirven para sostener gafas, a pesar de que podrían representar una ventaja selectiva: ¿por qué Cleopatra, Colón y Moctezuma ya tenían las orejas así (como la mayoría del resto del mundo), si faltaba mucho para que alguien siquiera pensara en inventar las gafas para orejas?
Podría, finalmente, pensarse que la inteligencia especial que tenemos los seres humanos es una adaptación. En efecto, es una característica al menos determinada parcialmente por los genes y que, evidentemente, nos ha hecho muy aptos. Tal vez demasiado aptos. Hemos llegado a límites que están poniendo en juego nuestra propia existencia en una paradoja evolutiva espectacular. Esa inteligencia es la causante de la evolución de la tecnología, de la cual un capítulo muy pequeño pero interesante es la historia de las gafas. Pero que las usemos en las orejas es una adaptación tecnológica de las gafas y no una evolutiva de nuestra anatomía.